El Viaje de la Arena
La madera de la barca sonaba contra el agua, el Nilo se mantenía tranquilo mientras lo navegaba. Levante mi mirada al cielo, el sol brillaba tanto como oro recién pulido.
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– Sin nubes… un buen augurio para partir. – Dije mientras amarraba la canoa a la orilla.




Gire para recoger la mercancía por transportar. Sería un trayecto largo pero al menos el lino era liviano de llevar.
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Me detuve frente al inicio del ardiente páramo para decir una oracion. El desierto, tan cambiante y traicionero como es, obliga a uno a encomendarse a toda protección divina que pueda ser capaz de obtener, eso puede marcar una línea entre la vida y la muerte.
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Cerré los ojos...
Y levante mis brazos al cielo...
Una suave brisa de aire caliente cruzo mi rostro, haciendo bailar mi cabello y dejando al descubierto el amuleto con su imagen que colgaba de mi cuello. Mi piel sufrió un escalofrió placentero y dentro de mi pecho mi pulso salto. Abrí mis ojos y sonreí. No hicieron faltas palabras para saber que había sido escuchada.





Tres veces el Dios Khepri venció la oscuridad y cuatro noches la Diosa Nut reino sobre la tierra. Mi cuerpo comenzaba a notar el agotamiento de la caminata pero mi mente se mantenía fuerte por los años de experiencia. Conocía la ruta hacia Berenice como la palma de mi mano, aunque esta fuera la primera vez que la caminara sola.
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Eran tiempos de hambre y tristeza y debía viajar lejos para prosperar. En casa la tierra no produce, el valle es infértil ahora que Hapy ya no lo inunda. Las semillas no prosperan y las reservas se agotan. El pueblo no tiene comida. Artículos como un lino de buena calidad ya no son cosas que las personas consideren necesarias.
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Deje que mis pensamientos se esfumen y puse más atención hacia donde iban mis pies. Un árbol caído se mostró en medio del camino, mire el entorno y acepte que es buen sitio para pasar la noche. Aún falta para el pueblo donde las caravanas paran a abastecerse.
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Amontone contra una roca las provisiones y me fui a recolectar ramas secas del mismo árbol que había visto antes. Forme una pila y lo convertí en una fogata de buen tamaño. No hay nada inofensivo en este lugar... ni siquiera la noche. Las bajas temperaturas pueden matarte tanto como el calor, la deshidratación o animales venenosos.
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El sol se ocultaba por el oeste, en dirección a la tierra de los muertos. El fuego regalaba una temperatura agradable y la luz mantendría lejos a los animales. Me pare y busque entre mis cosas un trozo de carne de buey. Dentro de poco el filete estaba listo.
Sacaba el plato del fuego cuando un sonido cortó el silencio en seco. Levante mi vista al frente. Me paralice. El animal estaba parado en santa gloria a pocos metros. Quise llorar mi mala suerte.

...Oh Sekhmet...
Apiádate de esta alma mía y no permitas que uno de tus hijos termine mi camino de esta forma
Podía sentir el pulso en mis oídos. Aun no queriendo mantuve mi mirada y me obligue a no retroceder.
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El felino claramente estaba en sus últimos días. Piel enferma, visiblemente desnutrido y con una postura cansada. No existía amenaza en él. Lentamente me pare en toda mi altura y nos miramos. Evaluándonos. Note como su nariz captaba el aroma de la carne cocida.
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Un fuerte viento me despertó de forma brusca. Una tormenta de arena se formo durante la madrugada… y no tenía un solo refugio cerca.
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Cargue todas mis cosas e intente seguir. Era imposible ver nada más allá de mis manos. No tenía idea de donde pisaba o hacia donde me dirigía. Con las ráfagas cada vez más fuertes no logre verlo venir... pero algo choco contra mi nuca, quitándome el conocimiento al instante.
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...Mi cabeza se siente pesada…




Me levante con dolor e intente enfocar. No tenía ningún punto de referencia, todo a la redonda se veía igual: Cubierto de arena.
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Iba a recoger lo que tire cuando lo note – ¡No, no, no, NO! – La cantimplora estaba destapada... Totalmente seca por dentro. Acababa de perder mi única reserva de agua.
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Estoy perdida…
¡Que los Dioses se apiaden de mí!

Dos veces más el Dios Khepri había renacido y mi situación era insostenible. Nunca llegue al poso de reabastecimiento y oficialmente estaba vagando sin rumbo. Cuando mis piernas ya no me sostuvieron caí como muñeca de trapo.
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En medio de mi cansancio capto el deslizamiento de unas dunas. Levante mi cabeza.
Mis pulmones se negaron a tomar aire por el terror. La criatura gigantesca se encontraba serpenteando, su mirada de oscuridad, fija en mí.
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–… A-apep… – Un escalofrío me recorrió el cuerpo entero. La luz en mis ojos menguo a medida de que su imagen crecía... como si la consumiera.




Los cerré y los volví a abrir. Ya no estaba. Iba a reírme de mi misma cuando un aire cálido golpeo mi espalda. Una gran sombra se proyectó, tragándose la mía. Grite con fuerza, lastimando mi garganta marchita.
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Desperté. Los colores del amanecer bailaban en el cielo. Me mantuve quieta, intentando procesar lo que vi. Cuando estuve lo suficientemente calmada me levante y comencé a caminar. Esta vez sin vacilación en mis pasos.
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Quise llorar cuando pude distinguir el árbol solitario y aún más cuando en perpendicular a este se alzaba con imponencia el oasis. Corrí hacia el como pude y caí con gratitud una vez que pise la vegetación. Ya no contuve mi llanto. Realmente creí que iba a perecer… pero estaba a salvo.
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Mire mi reflejo y mis ojos captaron el amuleto colgante, brillaba sobre el agua. Él salvo mi vida.
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Deje los bolsos y recorrí el lugar. Había datileras, higueras y muchos lugares de sombra. Tome un paño y recolecte algunos frutos, y con un vaso algo de agua cristalina. Volví y busque entre lo que tenía: tela de lino y una caja de madera. Prepararía un pequeño altar con ambas cosas.
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Me aleje un poco, encendí una fogata, deje que se consumiera y utilice los brasas. Los conserve en un cuenco y le volqué mirra por encima. Deje los alimentos sobre la tela y mi collar al centro. Hilos de humo aromático empezaron a envolver la imagen de Set, despertándolo de su letargo e invitándolo al altar.

Mi espíritu se unió a su espíritu. El tiempo se detuvo mientras de mi corazón nació un canto hacia el cielo. La oscuridad abandono mi camino y su bendición se posó sobre mi cabeza. Los miedos ya no existen porque Set camina a mi lado. En vida seré su sirviente pues Él me salvo de mi muerte.

Estaba lista para seguir mi ruta en el momento en el que Ra reino el cielo. Tenía agua. Tenía comida. Pero sobre todo tenía fuego en mi corazón y fortaleza en mi alma. La tierra roja ya no daba miedo. Me despedí de aquel paraíso y continúe sin mirar atrás. Tenía un destino al cual llegar.

El desierto tiene memoria. Pero también secretos. Lo que la arena ve queda solamente entre ella y su viajero. Por eso, cuando la Divinidad opto por salvar el destino de la muchacha, nadie lo supo.
Ella siguió su rumbo y el viento cubrió sus pisadas, ocultando lo que alguna vez fue.
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Y el sol siguió su curso. Y la arena siguió viajando. Las historias perdidas entre sus dunas, perviviendo la eternidad, como palabras sepultadas.
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…Esperando…
¿Qué cosa? No se sabe.
Pues la arena recolecta tantas memorias, que hasta ella misma olvido el porque.